Cifras, miedos y deseos.

Camino por casa y ya sé cuantos pasos debo recorrer de la mesa del comedor a la habitación o al escritorio. Cuando me levanto, tengo en mente lo pasos que debo hacer para llegar al baño o a la cocina. Cuento la fruta o la verdura que me  queda y los paquetes de galletitas cada vez que abro uno nuevo. Hay un relato de las cifras que se incorpora naturalmente por el encierro y las limitaciones de salir a la calle, pero también por el contagio –otro– que produce la información. Hoy en nuestro país estamos cerca de los 260 ( por estas horas), en España hay más de treinta mil, Italia superó largamente  los

coronavirus statistics on screen

cincuenta mil contagiados y cuenta con más de cinco mil muertes. En Europa ya hay más de diez mil víctimas, cinco mil más que ayer. Digo Europa porque muchos de nosotros tenemos familiares o amigos en dicho continente. Muchos números. Se han instalado al menos 4 hospitales de campaña en nuestro país. En las próximas horas tal vez, sea necesario armar uno en nuestra ciudad. Decenas de camiones militares colaboran para evitar el contagio, llevando insumos y mercadería alimentaria. ¿Qué capacidad tienen las cifras para modificarnos? Hace unos días, el filósofo español Santiago Alba Rico escribió en su cuenta de Twitter: «Esta sensación de irrealidad se debe al hecho de que por primera vez nos está ocurriendo algo real. Es decir, nos está ocurriendo algo a todos juntos y al mismo tiempo. Aprovechemos la oportunidad». En nuestro país, el filósofo Santiago Kovadloff, en un artículo publicado en La Nación, expresa que “el  otro, incierto desde siempre, se convierte en una nueva amenaza. Su peligrosidad ya no es ideológica ni étnica ni religiosa. El otro es ahora un organismo peligroso. Su proximidad compromete nuestra subsistencia. El miedo paraliza las relaciones que hasta ayer fueron espontáneas. La vida cotidiana se disuelve en la incertidumbre. No obstante, las circunstancias exigen que actuemos solidariamente. Nada asegura que lo hagamos pero todo lo reclama. La peste no deja margen para más. Es ella o nosotros”. Ante este escenario, en el que nos enfrentamos globalmente a un «enemigo común» opera una situación que elude las diferencias y puede permitir una fusión que nos facilita reagruparnos. La lucha es individual y colectiva. El encierro es bien diferente para aquellos que lo enfrentamos solos, a aquellos que lo hacen en grupo. Volvemos a las cifras, a los números. Día a día contamos cuantas jornadas llevamos de aislamiento, cuantas personas infectadas y así…contamos y contamos. Kovadloff, con su brillantez habitual, pero a la vez, con su sencillo decir, expresa que “Como el virus es invisible a simple vista, el miedo que despierta recae sobre sus posibles portadores. Reales o virtuales, lo somos todos. Y todos hemos pasado a ser sospechosos para todos. Los gestos más afables pueden ser los portadores del mal más profundo. Ya nadie puede asegurar que sabe con quién está. Ni siquiera cuando se refiere a sí mismo.” Estas líneas han sido escritas a modo de catarsis, de desahogo. Ojalá ayuden a pensar un poco más en uno mismo y su relación con el otro. Deseo de corazón, que esta batalla la ganemos todos unidos. Si así logramos estar, sin dudas, venceremos a este virus invisible.

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